Juventud y Familia

Guillermo llegó a casa muy sobresaltado. Era un domingo, cerca del mediodía. –¡Mamá!, ¡mamá! –gritó el niño mientras entraba con gran estrépito en la cocina. –¡Mamá!, ¿llamaron a la puerta esta mañana? –¿Qué quieres decir, hijo mío? –preguntó la señora Peña, que estaba ocupada preparando el almuerzo. –Quería saber si alguien llamó hoy a la puerta.

Eran pasadas las tres y media cuando Daniel bajó corriendo por la escalera de su casa. Mejor dicho, no resistió la tentación de deslizarse por la barandilla; así que llegó en un instante. En el portal le esperaba Felipe, con un libro debajo del brazo. Tras un breve saludo, echaron a andar a buen paso.

Nací en un faro durante una noche particularmente tempestuosa. Gigantescas olas venían a estrellarse ruidosamente contra nuestra morada. De no haber sido firmemente asentado sobre la roca, el faro y cuanto contenía hubiera sido barrido en el océano.

El hogar fue establecido por Dios, y fue Su designio para la humanidad. Cuando Dios hizo a Adán y a Eva y los unió en santo matrimonio, mandándoles que fructificaran y se multiplicaran y que llenaran la tierra, instituyó la primera familia y el primer hogar (Génesis 1:27-28). Toda la estructura social humana descansa sobre la unidad de la familia. Y el hogar, la morada de la familia, bien sea una choza o una mansión, es la fortificación o el refugio de la comunidad. De ahí a que se diga con frecuencia: «El hogar es el baluarte de la nación». Sobre él descansa todo el edificio de la civilización. Si él desaparece, desaparece la nación, porque la nación no es sino un conjunto de individuos unidos por una relación de familia. Es evidente, pues, la importancia del hogar y de la vida familiar conforme a los pensamientos de Dios.

Jade Preciosa era una hermosa jovencita china. Su pequeña figura reflejaba el color delicado del marfil. Sus ojos oblicuos parecían bayas negras, y sus cabellos lisos, igualmente negros, brillaban, porque habían sido cuidadosamente peinados con aceite. Llevaba vestidos limpios, aunque remendados, como los de los otros cuatro niños que la acompañaban. Ella misma los había lavado y remendado. Su madre estaba muy feliz de poder contar con la ayuda de una hija tan juiciosa.

Jesucristo habla: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis. La Biblia, Lucas 18:16 No hay nadie que ame más a los niños que Jesucristo. Él también te ama. Siempre tiene tiempo para ti. No te despide cuando vas a él. Hoy, Jesús ya no vive en la tierra, sino en el cielo con Dios. Pero puedes hablar con él como si pudieras verlo.

"Así que, los que somos fuertes debemos soportar las flaquezas de los débiles, y no agradarnos a nosotros mismos. Cada uno de nosotros agrade a su prójimo en lo que es bueno, para edificación. Porque ni aun Cristo se agradó a sí mismo”.Romanos 15:1-3Cor, el hermano y mejor amigo de Gwen, aprendió este versículo. Y desde que lo aplicó a su vida, su actitud cam bió. ¿Por qué lo aprendió? ¿Qué lo motivo? ¿Cómo pudo aplicarlo a su vida?Te invitamos a descubrirlo en la bella historia de Gwen y Cor Evans.

Este relato verídico es la historia siempre nueva de un alma que se dejó ganar por el infinito amor del Salvador. Para comprenderla mejor, hemos pensado que sería bueno explicar un poco lo que son las «castas». Muchos años antes de la era cristiana, el pueblo hindú estaba dividido en cuatro sociedades: los sacerdotes, los jefes (magistrados y soldados), los agricultores y los vencidos. Las dos primeras «clases» dominaban las otras dos; la tercera gozaba de un monopolio que le aseguraba una buena posición. En cuanto a la cuarta, vivía completamente sometida. Estas divisiones comenzaron a causa de las diferencias de origen y por conquistas que obligaron a vencedores y vencidos a vivir juntos. Con el correr de los siglos, se subdividieron en fracciones muy pequeñas llamadas desde entonces «castas».

Esta es una recopilación y adaptación de narraciones para niños. Tiene el propósito de ayudarles a conocer algo de Dios, el Padre y el Hijo. No tiene la pretensión de ser un manual de instrucción religiosa ni un compendio de moral cristiana. Tampoco sustituye el inmenso valor de la lectura de la Palabra de Dios ni la acción de quienes tienen la responsabilidad de guiar a los niños para que conozcan a Dios y al Señor Jesucristo.

–Mamá, para dentro de ocho días la escuela ha organizado una excursión. ¿Me permites que vaya yo también? –le gritó Víctor, de doce años, a su madre, antes de llegar a su hogar, una casita rodeada de vides. La madre vino a su encuentro, le acarició la cabeza llena de rulos y le contestó lentamente: –No sé, Víctor, ¿cuánto cuesta?

¿Te gustaría conocer mejor al Señor Jesucristo? Entonces busca Sus pisadas en la Biblia. Este libro te ayudará a hacerlo. Cada día te presenta unos versículos de la Biblia. Léelos en tu propia Biblia. Los breves comentarios diarios te harán entender mejor las historias y textos de la Palabra de Dios.

Hay dos casas que ocupan un lugar muy prominente en las páginas inspiradas: La casa de Dios y la casa del siervo de Dios. Dios atribuye una gran importancia a su casa, y justamente porque es suya. Su verdad, su honor, su carácter y su gloria están comprometidos en el carácter de su casa. Por tal motivo, es su deseo que la expresión de lo que Él es se manifieste con total claridad en lo que le pertenece.