Epístolas del apóstol Pablo

¿A quién va dirigida esta carta? Si esta carta hubiera sido dirigida solamente a la asamblea o iglesia local de Corinto, podría invocarse este hecho para eludir las reglas y los mandamientos que nos presenta o, por lo menos, para no ajustarse estrictamente a ellos. Sin embargo, vemos que esta epístola es enviada no solamente a los creyentes de Corinto, sino a “todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro” (v. 2). No hay limitación alguna de lugar, tiempo o personas.

La segunda epístola a los Corintios presenta un tema particular: el ministerio, su funcionamiento, la tarea que le incumbe y las cualidades indispensables para ser ministro de Cristo. Es necesario destacar que el ministerio tiene, en esta epístola, un carácter muy amplio. No es solamente el ministerio apostólico o ministerio de la Palabra, pues lo que aquí es traducido por ministerio en otros lugares se traduce por servicio. En efecto, todos tenemos un ministerio. Si bien no todos tenemos el de la Palabra, a cada cual el Señor le ha confiado un servicio. A menudo el más ínfimo servicio a los ojos de los hombres tiene una importancia muy grande a los ojos de Dios. Compenetrémonos bien de esta verdad: aunque no tengamos un don especial todos tenemos un servicio particular al cual debemos consagrarnos cuidadosamente. Si este último tiene más apariencia a los ojos de los hombres, ofrece también más peligros para aquel que lo ejerce.

En la epístola a los Efesios e incluso en la dirigida a los Colosenses, Dios nos muestra nuestro lugar en Cristo; pero, en la epístola a los Filipenses, vemos al creyente mientras atraviesa el mundo, andando en él como cristiano. En esta epístola no hay nada de doctrina; el creyente es visto en ella como quien corre hacia la meta y tal carrera es considerada como preparada por el Espíritu de Dios, pues lo que caracteriza al cristiano es que anda absolutamente según el poder del Espíritu.

La epístola a los Romanos fue escrita en Corinto el año 58 o 59 después de Cristo, cuando Pablo estaba a punto de partir para Jerusalén a fin de llevar el producto de las colectas de creyentes de Acaya y Macedonia (cap. 15:25-28).

Se ha hecho notar con justicia que cada una de las epístolas dirigidas a Timoteo y a Tito extraen su propio carácter de la misión que el apóstol había encargado a sus dos delegados y compañeros de obra. Timoteo debía velar por la sana doctrina (1 Timoteo 1:3-4) y Tito por el orden en la casa de Dios (Tito 1:5).

Es una gran bendición que Dios se haya revelado a este mundo pecador, manifestando su gracia. Pero Él hizo más que esto, pues reveló a los creyentes los consejos secretos de su amante corazón. Para conocer las bendiciones que encierran estas revelaciones, debemos remitirnos a la epístola que el apóstol Pablo dirigió a los Efesios, donde hallamos una inspirada exposición acerca del despliegue de los designios de Dios para la gloria de Cristo, y las bendiciones reservadas para aquellos que están destinados a participar de Su gloria.